La educación emocional
recoge las aportaciones de otras ciencias, integrándolas en una unidad de
acción fundamentada. Algunos de los fundamentos más relevantes de la educación
emocional son los siguientes.
Los movimientos
de renovación pedagógica, con sus diversas ramificaciones (escuela nueva,
escuela activa, educación progresiva, etc.), se proponían una educación para
la vida, donde la afectividad tenía un papel relevante. Ilustres
teóricos y representantes de estos movimientos han llamado la atención sobre la
dimensión afectiva del alumnado. Entre ellos recordemos Pestalozzi, Froebel,
Dewey, Tolstoi, Montessori, Rogers, etc. Movimientos recientes de innovación
educativa, tales como la educación
psicológica, la educación para la carrera, la educación moral, las habilidades sociales, el aprender a pensar, la educación para la salud, la orientación para la prevención y el desarrollo humano (GROP,
1998a), etc., tienen una clara influencia en la educación emocional. Lo que
caracteriza a ésta última es el enfoque «desde dentro», que pone un énfasis
especial en la emoción subyacente en todas las propuestas anteriores.
El counseling
y la psicoterapia se pueden considerar como una terapia emocional, ya que se centran en los problemas
emocionales (ansiedad, estrés, depresión, fobias, etc.). La psicología
humanista, con Carl Rogers, Gordon Allport, Abraham Maslow y otros, puso un
énfasis especial en las emociones; la logoterapia de V. Frankl, al buscar el
sentido de la vida, llegó a conceptos como la responsabilidad en la actitud
ante la vida; la psicología cognitiva, y en especial la psicoterapia
racional-emotiva de Ellis, es otro referente significativo; otras aportaciones
son las de Carkhuff, Beck, Meichenbaum, etc.
Desde
el punto de vista de la metodología de
intervención, conviene destacar las aportaciones del developmental
counseling, la dinámica de grupos, la orientación para la prevención, el
modelo de programas y el modelo de consulta. Especial relevancia tiene la
teoría del aprendizaje social de Bandura (1977), que pone el énfasis en el rol
de los modelos en el proceso de aprendizaje; esto sugiere la inclusión del
modelado como estrategia de intervención y poner un énfasis en analizar como
los modelos (compañeros, personajes de los mass media, profesores,
padres) pueden influir en las actitudes, creencias, valores y comportamientos.
Otras aportaciones metodológicas a tener presente son, entre otras, el modelo
de desarrollo social (Hawkins, 1997), que se ha aplicado a la prevención de la
delincuencia; el modelo ecológico y sistémico de Bronfenbrenner (1977, 1979);
la teoría del comportamiento problemático y desarrollo social (Jessor y Jessor,
1977), que se ha aplicado en grupos de riesgo; la teoría de la acción razonada
(Fishbein y Ajzen, 1975), etc.
Las teorías
de las emociones, que se remontan a los orígenes de la historia de la
filosofía y de la literatura, pero cuyos orígenes claramente científicos
probablemente haya que buscarlos a finales del siglo XIX. Hay que señalar que
después de unos brillantes inicios con Ch. Darwin, William James, Cannon y
otros, el estudio de la emoción sufrió un cierto letargo hasta finales de los
años ochenta, con la llegada de la investigación científica de la emoción desde
la psicología cognitiva (Arnold, Izard, Frijda, Buck, Lazarus, etc.).
La teoría
de las inteligencias múltiples de Gardner (1995), en particular por lo que se
refiere a la inteligencia interpersonal y la intrapersonal, son un referente
fundamental. La inteligencia interpersonal se construye a partir de la
capacidad para establecer buenas relaciones con otras personas; la inteligencia
intrapersonal se refiere al conocimiento de los aspectos internos de sí mismo.
El
concepto de inteligencia emocional, introducido por Salovey y Mayer
(1990) y difundido por Goleman (1995), ha tenido muchos continuadores en
psicología y educación, hasta llegar a constituir una Zeitgeist.
Las
recientes aportaciones de la neurociencia han permitido conocer mejor el
funcionamiento cerebral de las emociones. Así, por ejemplo, saber que las
emociones activan respuestas fisiológicas (taquicardia, sudoración, tensión
muscular, neurotransmisores; etc.) que una vez producidas son difíciles de
controlar, o que una disminución en el nivel de serotonina puede provocar
estados depresivos, aporta datos valiosos para la intervención. Igualmente es
interesante conocer el papel de la amígdala en las emociones; las
características diferenciales de la comunicación entre el sistema límbico y la
corteza cerebral en función de la dirección de la información, etc.
Las
aportaciones de la psiconeuroinmunología indican como las emociones
afectan al sistema inmunitario. Las emociones negativas debilitan las defensas
del sistema inmunitario, mientras que las emociones positivas lo refuerzan.
Estos trabajos evidencian la relación entre las emociones y la salud.
Las
investigaciones sobre el bienestar subjetivo, realizadas por autores com
Strack, Argyle, Schwartz, Veenhoven, etc., han introducido un constructo de
gran incidencia social. Conviene distinguir entre bienestar objetivo (material)
y bienestar subjetivo (emocional). Si bien se analiza se llega a la conclusión
de que las personas buscan el bienestar subjetivo. Todo lo que hacemos son
pasos para intentar conseguirlo. Entre los factores que favorecen el bienestar
subjetivo están las relaciones sociales y la familia, el amor y las relaciones
sexuales, la satisfacción profesional, las actividades de tiempo libre, salud,
etc. Es curioso observar que las principales fuentes de bienestar subjetivo
coinciden con las causas de conflicto y malestar.
Relacionado
con el bienestar está el concepto de fluir (flow) o experiencia
óptima, introducido por Mihaliy Csikszentmihalyi (1997). El fluir se refiere a
las ocasiones en que sentimos una especie de regocijo, un profundo sentimiento
de alegría o felicidad, que lo habíamos estado buscando y deseando durante
mucho tiempo y que se convierte en un referente de como nos gustaría que fuese
la vida. La felicidad es una condición vital que cada persona debe preparar,
cultivar y defender individualmente. No se puede comprar con dinero o con
poder. No parece depender de los acontecimientos externos, sino más bien de
como los interpretamos. El flujo, o la experiencia óptima, tienen mucho que ver
con el concepto de «experiencias cumbre» (peak experiences) que utilizó Maslow
(1982: 109; 1987: 205).
De los cuatro pilares de la educación
(conocer, saber hacer, convivir y ser) señalados en el informe Delors (1996),
como mínimo los dos últimos contribuyen
a fundamentar la educación emocional.
La
fundamentación teórica de la educación emocional desemboca en la selección de contenidos
del programa de intervención. Criterios a tener en cuenta en la selección de
contenidos son: 1) Los contenidos deben adecuarse al nivel educativo del
alumnado al que va dirigido el programa; 2) Los contenidos deben ser aplicables
a todo el grupo clase; 3) Deben favorecer procesos de reflexión sobre las
propias emociones y las emociones de los demás.
Aunque ya hace 2200 años Platón
decía: “La disposición emocional del alumno determina su habilidad para
aprender”. Pues bien, si el desarrollo intelectual de nuestros alumnos nos
preocupa y hacemos lo posible por mejorar su nivel de aprendizaje,
conviene recordar que, aún cuando el intelecto puede estar
excelentemente desarrollado, el sistema de control emocional puede no estar
maduro y en ocasiones logra sabotear los logros de una persona altamente
inteligente. La emoción es más fuerte que el pensamiento, incluso puede
llegar a anularlo. Seguramente recordamos algún momento donde esto nos
ha sucedido.
Entonces
podemos preguntarnos: ¿Qué estamos
haciendo para desarrollar las habilidades de madurez emocional de nuestros
alumnos que les permitirán potenciar su formación académica y elevar su nivel
de aptitud social y emocional?
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